-Palpitaciones, sacudidas del corazón o elevación de la frecuencia cardiaca.
-Sudoración.
-Temblores o sacudidas.
-Sensación de ahogo o falta de aliento.
-Sensación de atragantarse.
-Opresión o malestar torácico.
-Náuseas o molestias abdominales.
-Inestabilidad, mareo o desmayo.
-Miedo a perder el control o volverse loco.
-Temor a la muerte.
-Parastesias (sensación de entumecimiento u hormigueo).
-Escalofríos o sofocaciones.
-Inquietud o nerviosismo intenso.
-Sentirse fatigado fácilmente.
-Dificultad para concentrarse o mente en blanco.
-Irritabilidad.
-Tensión muscular.
-Trastorno del sueño (dificultad para dormirse o dormir de un tirón, o sueño inquieto e insatisfactorio).
-Cambio significativo del comportamiento relacionado con las crisis.
-Evitación de actividades diarias interoceptivas.
-Temor acusado y persistente por una o más situaciones sociales o actuaciones en público.
-Recuerdos del acontecimiento recurrentes e intrusos que provocan malestar y en los que se incluye imágenes, pensamientos o percepciones.
-Dificultades para concentrarse.
-Reducción acusada del interés o la participación en actividades significativas.
-En los niños la ansiedad puede traducirse en lloros, berrinches o inhibición.
-Restricción de la vida afectiva.
-Sensación de un futuro desolador.
-Las obsesiones o compulsiones provocan un malestar clínico significativo, representan una pérdida de tiempo (suponen más de una hora al día) o interfieren marcadamente.
-El individuo reconoce que este temor es excesivo o irracional.
Tan solo el TEPT es el único problema de ansiedad con etiología totalmente definida (Eifert y Forsyth, 2014). Los problemas de ansiedad no son causados por alteraciones neuroquímicas, a pesar de que la vulnerabilidad genética o biológica se incluya en ciertos modelos psicopatológicos explicativos (véase Barlow y Durand, 2007). Los distintos trastornos de ansiedad vendrían a ser una categoría común, el transdiagnóstico de problemas de ansiedad, citado por autores como Pérez-Álvarez (2014) y Eifert y Forsyth (2014) o en el protocolo unificado de Barlow (2015).
Cuando una persona acude a consulta psicológica o un experto cualificado del ámbito, hay otros aspectos a incluir en la valoración y para el cambio, además de los síntomas que presenta. La terapia psicológica tiene evidencia científica de eficacia para recuperarse de estos trastornos.