
La superación de
adversidades, el
crecimiento ante circunstancias adversas, resurgir ante el dolor, sobreponerse constructivamente, la entereza y
el salir reforzado de los factores de riesgo que precipitaron en el pasado o el presente y ante las situaciones difíciles: es parte de
procesos resilientes. La resiliencia está citada en el preámbulo de la Declaración europea de salud mental de Helsinki (OMS, 2005).
Dentro de un proceso de aprendizaje hacia la
resiliencia se encuentran las estrategias de afrontamiento resiliente, el
trabajo de la autoeficacia/autoestima, poder tener una red de relaciones
interpersonales y de apoyo social favorable, la integración de la experiencia
pasada en la vida presente o el empoderamiento del paciente, cliente o
consultante hacia sus objetivos y horizontes de valor. Son aspectos sobre los
que se incide de manera indirecta en la relación terapéutica o de consultoría
psicológica.

La relación terapéutica es un contexto idóneo en qué, mediante lenguaje, se puede dar paulatinamente ese proceso de
superación. La relación psicólogo-paciente, cliente o consultante es un yo
experiencial y en primera persona que comunica y otro yo experiencial que escucha activamente, empatiza y devuelve o
transfiere al tú, en la propia relación: un reflejo de lo que del sufrimiento capta,
un modo de reencaminar la situación, un análisis funcional de la interacción
persona-entorno. Además, hay una observación del profesional complementaria más
objetiva, tan útil como la evocada subjetivamente por la persona y como la que
surge en la propia interacción o enacción relacional (Araya-Véliz et al., 2017).